miércoles, 27 de noviembre de 2013

Un Romance especial


Desde chico siempre supe que era especial. Veía a mi Papá jugar al balonmano, a mis tíos, a mis hermanos. Con deseo anhelaba tener la posibilidad de poder estar en la cancha. Pero cuándo yo observaba la pasión, el grito al momento de convertir el gol, esperaba ser el que los detuviera. El verdugo que sacar al brazo justo para evitar la caída de mi valla una y otra vez.

A los 15 años mi ídolo que era el arquero de mi club. Cómo todo ídolo de un joven de barrio, a la salida de un entrenamiento me regalo un camiseta. Esos son los pequeños gestos que detienen el tiempo. Yo junto a él, sosteniendo en mi mano un tesoro. El legado de un genio, marcando el hito de traspaso. En ese momento la historia se estaba escribiendo, línea a línea, mostrando cual era la línea sucesoria.

La realidad muestra que sos único. Que te vestís diferente, que si bien tus colores se asemejaran a tus compañeros, siempre seras distinto. La camiseta era roja cómo la sangre que dejaría  en la cancha cada día, las rayas blancas me dieron un toque de distinción, cómo el hombre de la cancha, el que evita la alegría ajena.

Debo admitir que ese día cambio mi perspectiva sobre mi vida.

Jugué torneos locales, nacionales, fui a la selección. Batallas y batallas tenía mi hermosa camiseta roja y blanca. Ataje, me vencieron, grité, llore, reí, con esa camiseta me sentí invencible.

Y ese sentimiento iba más allá de ganar o perder, porque cada vez que entre a una cancha sabía que yo iba a dejar todo. Pero además iría en contra de la corriente colectiva. Porque esa era la realidad que sólo sentimos unos pocos en los deportes dónde existe un arquero.

A medida que el roce del suelo y luego de muchos remendar y remendar llegó el día que mi gloriosa remera tuvo que pasar a un cajón. Después de varios años tuve que comprarme diferentes modelos porque la lógica de la historia no difiere de la ropa a la propia historia del ser humano.

Estuvo a punto de ser regalada para la gente que lo necesita me lo decía mi Madre. Sin embargo yo no podía despedirme. Es cómo aquel adiós sin sentido a la mujer que uno ama. Porque salvando las distancias dentro de la cancha fue mi primer amor

En el inconsciente de mi mente, mi vida deportiva estaba unida a esa casaca. Sola en el museo de mi vida brillaba cómo el lucero que inspiraba cada una de mis acciones en la cancha. Pese a no tenerla puesta, la camiseta siempre fue mi musa inspiradora. En los márgenes de la Historia logre mucho.

Mi historia es cómo la del cualquier deportista. Al momento de terminar, le agradezco a ella,  que me dio cobijo, que me acompaño en cada instante de mi vida. Que junto a mi ahogo los gritos guturales de las gargantas de mis rivales.  Que cuándo caí me dio calor. Que cubrió mi sudor y mi sangre.


Todos fuimos parte del equipo, eso es cierto, pero en el momento en que el jugador volaba sobre los aires con el brazo extendido, con el afán de destruir mis ilusiones, sólo ella y yo éramos los defensores de la vida frente a la muerte. Los hacedores de justicia, los amigos inseparables.